jueves, 3 de enero de 2013

Morena y su futuro inmediato



Se acabó 2012. Ha comenzado 2013. El balance anual de un año de gran importancia para México no puede ser más sombrío.

Casi a la par del final de año, terminó también el sexenio de Felipe Calderón. No se necesita ahondar en lo que la mayoría sabe: fueron seis años de un terrorismo de Estado camuflado de verde olivo y azuzado por la poderosísima maquinaria del paramilitarismo narcotraficante. El saldo: una cantidad aún desconocida de asesinatos y de víctimas “colaterales” que sin lugar a dudadas implica a millones de mexicanos, por no decir que a la población completa del país. Los efectos sociales, económicos y políticos de la “guerra” que Calderón emprendió contra el “crimen organizado” no podría ser más desastrosa.

Sin embargo, las elecciones presidenciales marcaron en buena medida la vida general del país. Y me parece que soy sumamente generoso cuando catalogo como elección a un proceso de imposición (anunciado con bombo y platillo) de uno de los candidatos. Enrique Peña Nieto no es más que una pieza en el tablero que los llamados poderes fácticos (que no son más que los dueños -o alfiles de esos dueños- del gran capital económico y político) han establecido para el juego de la explotación de los recursos naturales y del trabajo de los mexicanos para su beneficio y enriquecimiento.

Con el sello de la imposición y de la represión, EPN ha asumido el poder presidencial. También es cierto que en su corta trayectoria en el papel estelar de la política institucional, EPN ha tenido que enfrentar a diversos grupos y sectores que lo han impugnado. El movimiento estudiantil #YoSoy132 es, sin lugar a dudas, el agente social más sobresaliente del cuestionamiento y repudio a la imposición de EPN. La crítica, por fortuna, fue sustentada con argumentos sólidos y ha abarcado a uno de los pilares de la imposición: la televisión comercial mexicana, en especial al duopolio Televisa-TVAzteca. No sin contradicciones y traiciones, el #YoSoy132, ha demostrado que la franja con mejor posición escolar es abiertamente antipeñanietista.

Ahora entro al balance de la llamada izquierda electoral o institucional. Francamente, el resultado es lamentable por el ángulo que se le quiera mirar. En primera instancia por un hecho incontrovertible: fue incapaz de frenar la imposición de EPN. No es mi intención denostar el esfuerzo de muchos integrantes de las diversas fuerzas políticas que, de buena fe, apoyaron e impulsaron la candidatura de Andrés Manuel López Obrador. Intento señalar que a pesar de todos esos esfuerzos, la correlación de poder fue desfavorable. Y es aquí donde una autocrítica es necesaria, pero inexistente. El hecho de que una buena parte de los tomadores de decisiones del Movimiento Progresista han estado adaptados cómodamente a las formas, usos y costumbres de la clase política (a la PRI) es un elemento ineludible de la crítica que se debe de hacer. No pienso que “ritos de purificación” y espaldarazos benevolentes sean suficientes para que los hombres de la clase política (a la PRI) cambien automáticamente sus hábitos de pensar y hacer política. El círculo cercano de AMLO, o para ser más preciso, una parte de él, se mueve con confort y soltura bajo la perspectiva de la obtención de puestos y presupuestos. El PRD ha sido paradigmático en este sentido.

Sin embargo, en esta forma de hacer política (a la PRI) radica uno de los grandes obstáculos para el avance una propuesta mínimamente democrática y consultiva. Renuentes a establecer un verdadero diálogo, muchos de los políticos de la izquierda institucional han rehuido el trabajo de base. Los Chuchos perredistas, pero también los liderazgos del PT y del MC, son maestros de esas artes.

Por otro lado, el Movimiento de Regeneración Nacional ha sido más una etiqueta que una real fuerza organizadora. Sin capacidad directiva, dividida en una extraordinaria cantidad de grupos y grupúsculos que sólo tuvieron como signo de identidad la figura de AMLO, durante 2012 Morena no logró articular ni acumular la fuerza suficiente para detener la embestida de la derecha del PRI y PAN que, nuevamente, lanzaron todo su arsenal en contra de AMLO.

Ahora, Morena se embarca para la navegación institucional y financiada de su empresa democratizadora. Ese simple hecho llama la atención sobre algunos aspectos. En primer lugar, las formas-contenidos y los tiempos políticos.

En cuanto a las formas y contenidos, Morena parece más bien una ocurrencia coyuntural que un verdadero esfuerzo de organización política. Siguiendo los pasos de su predecesor, el PRD, ante la adversidad de la derrota inflingida por la imposición, Morena busca trazar el “verdadero” camino hacia la democracia por la vía electoral. Nada más que la transición del Frente Democrático al PRD a finales de los ochenta y principios de los noventa fue una necesidad casi inevitable de articular a las fuerzas democratizadoras del país bajo una misma bandera de lucha. Lo que Morena va a hacer es casi lo contrario: establecer una alternativa electoral diferente a las ya existentes en el panorama mexicano. Seguramente muchos de sus integrantes actúan de buena voluntad y bajo la esperanza del “cambio verdadero”. Pero la realidad es que no hay discusión amplia con la sociedad civil. Sus bases no logran penetrar amplios sectores sociales y geográficos, y si quieren hacerlo tendrán que combatir a sangre y fuego los espacios cooptados por los corporativismos priísta y perredista y por el conservadurismo panista. La tarea no puede recaer sólo en la figura del carismático líder.

Por otro lado, la disputa por los espacios institucionales es cada vez más feroz. Los políticos izquierdisatas (a la PRI) como Marcelo Ebrard y Miguel Ángel Mancera estarán dispuestos a cerrarle el paso a la alternativa morenista y le pelearán palmo a palmo puestos y presupuestos. Esto sin descontar que el “nuevo” PRI ha perfilado a Rosario Robles como la encargada de evitar y, en su caso, contrarrestar cualquier avance territorial de los morenistas.

Cómo resolverá, si es que realmente le interesa resolver la relación con otras fuerzas políticas como el EZLN, es un aspecto fundamental. Por lo pronto, el encono de muchos morenistas en contra del EZLN y de la figura de Marcos apunta a que la brecha entre ambos movimientos es insalvable. Pero no sólo con el EZLN tienen relaciones antagónicas o poco cordiales. El #YoSoy132 y una enorme lista de movimientos locales y regionales no parecen tener muchas afinidades con Morena, así que el panorama de unificación no se ven en el horizonte.

En cuanto a los tiempos será cuestión de ver qué tan rápido y eficazmente se organiza Morena para convertirse en una fuerza lo suficientemente articulada para detener las reformas “estructurales” que se avecinan, principalmente el del aniquilamiento formal de Pemex. Para el 2015, el asunto del petróleo se habrá ya definido o, por lo menos, se habrán resuelto muchas de las batallas fundamentales.
Además Morena estará impedida de alianzas en las elecciones intermedias, así que tendrá que ir por su cuenta, lo cual la meterá a una disputa encarnizada con los demás partidos políticos de la izquierda institucional.

En resumen, si Morena  quiere ganar terreno, tendrá que ir más allá de tuiter y las redes sociales y plantearse a la calle y los hogares de la mayoría como los reales espacios de disputa en la creación de un movimiento real de regeneración nacional.

Si por el contrario, los morenistas inician pronto a perfilar disputas por puestos y presupuestos y a seguir a pie juntillas la línea del carismático líder, entonces, Morena ya habrá fracasado desde el principio.